MARTÍ: De la escritura en imágenes o como dibujar la música. El caso “White”

José Martí francamente asusta. Su infinitud, su capacidad de trascendencia, nos hacen dialogar con él desde el presente, como si no hubiesen pasado un siglo y más sobre sus letras.

El reto es doble esta vez, porque se trata de hallar las conexiones de un personaje de semejante estatura con la música, otro universo igual de infinito. Entiéndase pues esta breve aproximación como una ruta donde copulan el tributo, el asombro y sobre todo el aprendizaje que representa este ejercicio.

Propongo tomar como inspiración dos de las frases más conocidas de Martí sobre la música, no solamente repetirlas, sino examinarlas: “La música es el hombre escapado de sí mismo”“La música es la más bella forma de lo bello”.

La primera emerge desde la pluma de un poeta trascendido, encendido. Ante el desafío que le impone la definición de lo indefinible, es decir eso que flota en el aire, esas oleadas que lo invaden, Martí acude a una metáfora de una deslumbrante visualidad. Se podría pintar. Acude al salto, a lo que escapa, a lo que huye de sí y que sin embargo, le pertenece sustancialmente, raigalmente. Es una definición mística.

La segunda frase, así expresada,  la música como “la más bella forma de lo bello” resulta acaso  ¿demasiado?  ¿redundante tal vez? ¿excluyente de otras manifestaciones artísticas también hermosas? ¿impresionista en demasía?

Al penetrar en el espíritu de sus letras, descubrimos sin dudas, el éxtasis, la excitación a la que han sido sometidos sus sentidos. Nada puede compararse con lo que ha visto, la chispa ha saltado a la yesca: no hay belleza que se tribute a sí misma más belleza. De allí nace la condensación suprema, la expresión rotunda.

Saber que las escribió en la Revista Universal de México, el 28 de mayo de 1875, y sobre todo a propósito de la presentación del afamado violinista cubano José White (Matanzas, 1836-París, 1918) en la capital mexicana, agrega un espesor otro a estas consideraciones.

El artículo “White” es especialmente fértil en claves y lecciones. No está escrito por un músico propiamente, pero ¿podremos decir que no hay música en lo que escribe? ¿Acaso la música es cuestión de músicos, se hace música para los músicos, solo ellos logran entenderla? ¿Cuál es el fin último de la música?

Escuchemos, leamos, o tal vez mejor decir, veamos. Ya son tres sentidos en tensión: White no toca, subyuga: las notas resbalan en sus cuerdas, se quejan, se deslizan, lloran: suenan una tras otra como sonarían perlas cayendo.

Ora es un suspiro prolongado que convida a cerrar los ojos para oír, ora es un gemido fiero (…) las notas ya no gimen ni resbalan, salpican, saltan, brotan (…) Aquel violín  se queja, se entusiasma, regaña, llora: ¡con qué lamentos gime! ¡con qué dolor tan hondo se desespera y estremece!

Es también en “White” que Martí condensa otros notables juicios sobre la música: “El color tiene límites: la palabra, labios: la música, cielo. Lo verdadero es lo que no termina: y la música está perpetuamente palpitando en el espacio”.

Será un tema sobre el que volveremos, sin olvidar la notable infinitud del más universal de los cubanos, José Martí.

Reinaldo Cedeño Pineda

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